Hace unos días cayeron las nubes en forma de pizquitas de algodón, pero el mal rollo no fue que dejaran el cielo desnudo y sin sol, fue que estaban tan frías que al llegar al suelo formaron una sábana helada, enorme y que si la pisabas te daba un tremolín en el estómago porque nunca sabias si llegarías a tocar otra vez tierra firme…. ufff… y luego resbaladiza, congelá y mojá….. y para postre todos aquellos niños armando alboroto, tirándose los unos a los otros pelotazos que hacían con ese algodón helado. Parecían disfrutar, yo en cambio no sabía como montármelo par encontrar huequitos conocidos para poner las pezuñas.
Al cabo de un rato me dije o me enrollo bien con ese cambio de suelo o me quedo sin hacer mis necesidades y sin los paseos que espero todo el día.
Gustarme… gustarme, pues no, pero por golfear me amoldo a lo que sea.
Al día siguiente ya estaba el cielo vestido y con luz calentita. Empecé a ver en el suelo trozos de mi antiguo camino y a encontrar los olores de toa la vida.
Un día más y ya ni rastro de agua, ni de hielo, ni de algodón desperdigao por ahí, eso sí un frío del copón que una semanita después ha quedado en el recuerdo.
Bueno… como ya sabéis, yo, los recuerdos non gratos los suelo eliminar, aunque ahí quedará el recuerdo de ver caer las nubes del cielo y otra vez no me pillará desprevenido y pediré unas buenas botas de montaña…. es que tengo unos piececitos delicados… jope, que helaos se me quedaron.
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